Nueva Zelanda | Diario de 1 año viviendo en Tongariro National Park

Paisaje de montañas

Un nuevo hogar: Tongariro National Park


Llegué a Nueva Zelanda con el despertar primaveral del 2023. Tras los estragos pandémicos que asfixiaron profundamente al movimiento humano, volvería a cruzar el océano con el firme objetivo de arribar a tierras kiwis en pos de volver a desempolvar la vestimenta de la libertad. El sello, en este caso, estaría dado por la tan ansiada Working Holiday que, tras vencer a la matrix en un juego ajedrecístico, logré obtener en una maratónica cacería.

Aunque volvía a viajar por largo tiempo luego de la pandemia, Nueva Zelanda en sí no es más que un hub de financiación que me permitirá concretar la épica aventura por Asia Central, cuna histórica que mecerá las letras de mi segundo libro. En este sentido, mientras aún me encontraba en Buenos Aires, desasné con delicadeza la compleja misión de la búsqueda laboral y, tras una satisfactoria venta inexperta de mi persona, logré obtener un inesperado puesto en un pequeño pueblo ubicado en las orillas pedregosas de una región volcánica.

Así fue como, a los pocos días de arribar al embudo internacional de Auckland, me calcé la mochila y viajé medio día hacia el corazón de la Isla Norte o Te Ika ā Maui, según la lengua maorí, hasta alcanzar los 825 msnm en los que se encuentra la cima habitacional de todo el país: National Park Village.

Cartel de bienvenida a National Park Village

National Park Village: la cima de Nueva Zelanda


Por más que mis viajes me han llevado hacia lugares remotos del mundo, mi esencia es mayormente citadina, de modo que me crié y viví en una ciudad a la veda rioplatense. Como toda alma vagabunda de ciudad, abastecerse en algún supermercado es una tarea que no te aleja más de algunos metros de tu hogar. Asimismo, las arterías que forman el gran circuito de transportes públicos para que el movimiento funcione, me acostumbraron a nunca interesarme por aprender a manejar. Las tareas esenciales de la subsistencia, en definitiva, vienen acompañadas con el libreto del buen ciudadano: un manual sesgado a una ínfima parte del mundo humano.

En este sentido, cuando acepté venir a National Park Village, el mundo conocido en el cual me movía automáticamente desaparecería en tal solo una tarde. El pueblo, aislado a más de una hora en auto de alguna ciudad más o menos desarrollada, no es más que una burbuja solitaria que busca oxígeno en los pantanos de una región inhabitada. Con tal solo cinco cuadras a la redonda y un pequeño mercado que también funciona como estación de servicio, la soledad siempre encuentra la manera de escabullirse por los orificios de tu campera.

Sin embargo, más allá del cambio vivencial al que me tuve que amoldar, el pueblo me fue dejando una brisa de enseñanzas mientras mudaba su piel estacional. Asimismo, llegué con la primavera del 2023 y me iré, vuelta mediante, con el comienzo primaveral del 2024. Una cómica similitud con la película coreana Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom (Primavera, verano, otoño, invierno y primavera) del lamentablemente fallecido Kim Ki-duk, un revolucionario director de cine surcoreano que rompería los estereotipos de la profesión. Una obra que recomiendo ver aunque sea alguna vez en la vida y que, en esencia, se asemeja al aprendizaje de este año neozelandés.

Aunque pudiese explayarme en un post infinito con cada una de las reflexiones que mantuvieron rodando mi mente, el que me motivo a escribir públicamente fue uno en particular al que, tras la contextualización presentada, quiero mostrarles a continuación…

Tongariro Alpine Crossing: ¿la mejor caminata de un día en Nueva Zelanda?


Cuando llegué a Tongariro National Park la temporada de verano estaba de a poco desnudando el vestido blanco de las tres montañas principales que dan sentido al mapa de la región: Tongariro, Ngauruhoe y Ruapehu. Un trío de actores que nos empujan a comprender este triángulo amoroso volcánico y que, capítulo mediante, es el punto de partida para comprender el sentido de todo lo que ocurre a su alrededor.

“La mejor caminata de un día en Nueva Zelanda está por abrirse”, me susurraban los pocos habitantes de National Park Village mientras realizaban los últimos retoques para la obra veraniega. Resulta que, tras el deshielo producido por el alza en las temperaturas, el valle que separa a Tongariro y Ngauruhoe se vuelve amigable para cualquier caminante, de modo que los convoys asiáticos, las parejas de europeos fanáticos del Señor de los Anillos (Ngauruhoe es Mt. Doom en la filmografía de Tolkien) y algún que otro kiwi con el deber de cumplir con el legendario cruce, estaban pronto a superpoblar el diminuto pueblo que es, en definitiva, la opción predilecta por su estratégica ubicación.

Así empezó mi primera temporada en el universo turístico y, mientras las reservas explosivas por una sola noche colmaban los cuatro o cinco lugares de alojamiento disponibles, comencé a entender con mayor profundidad como se surfea la ola de esta industria. La joya preciada del verano es el Tongariro Alpine Crossing, por lo que los visitantes relámpago no necesitan más que una noche de descanso tras las 7 u 8 horas de caminata o, por lo menos, es lo que recomiendan los gurúes tendenciosos que se asoman entre los cuadros de “sugeridos”.

El hecho de ser una de las caras visibles que reciben a quienes visitan el pueblo me ha llevado hacia una rutina de conversación infinita. Convengamos que no me cuesta mucho sumarme a una charla viajera, por lo que al final de cada día me llevé cientos y cientos de planes e itinerarios viajeros. En este sentido, cuando recolecté una cantidad considerable de ellos pude confirmar lo esperado. Lo defino así porque, en cierto modo, tras estar viajando durante una década por distintas partes del mundo, uno aprende del templete ideal; el modelo de “lo que hay que hacer”, “los 10 imperdible de…” o cualquier titular con gancho de SEO.

La razón por lo que los viajeros se quedaban una sola noche en el parque se debía prácticamente a esto. El templete había incluido al Tongariro Alpine Crossing, por lo que todo lo demás no había tenido la suficiente fuerza instagrameable para ser incluida en la ruta de lo imperdible.

No obstante, antes de hincarle el diente a la pasarela de lo instantáneo, es importante llegar hacia la segunda parte de la novela…

Invierno en Tongariro National Park: el despertar de Ruapehu


Cuando el verano se disipa y los fríos vientos de las alturas empiezan a galopar por las tierras bajas aledañas, los habitantes de National Park Village no solo encienden las hogares para resistir las temperaturas que pueden llegar a bajo cero, sino que también comienzan una plegaria conjunta para que el invierno provea su gélido manjar.

El Tongariro Alpine Crossing ya no es una opción rentable, pues el valle se complejiza y los pasos helados requieren de guías, equipamiento y experiencia, tres requerimientos que alejan al público general de semejante hazaña. En este sentido, durante el invierno, Tongariro y Ngauruhoe descansan en su coraza de hielo tras la descarga turística recibida durante el largo verano y, gracias a sus elementos naturales, yacerán tranquilos hasta una lejana primavera.

¿Cuándo llegarán los primeros snowfalls (nevadas)?, es una de las preguntas más invocadas por los gestores de hoteles y experiencias de aventura. Como 2 de las 3 montañas están inhabilitadas, todas las miradas comienza a virar sobre la cima de Ruapehu, quién, tras ser prácticamente ignorada durante medio año, es la que proveerá los medios para seguir extirpando la olla de oro al final del arcoíris.

Mt. Ruapehu es la montaña más alta de la Isla Norte (2797 msnm), un dote natural que permite a los fanáticos de los deportes de nieve deslizarse por su regazo mientras las condiciones climáticas acompañen. Aunque su esplendor siempre llama la atención sin importar la época del año, sus condiciones terrestres atrajeron la mirada de algunos interesados que, tras negociar año a año con los Iwis (pueblo/s en Maorí) y dependencias gubernamentales, se apoderan de la concesión de algún pedazo de su cuerpo.

Así es como nacieron los centros de ski y algunos que otros lujos que parecen incomprensibles. Sin embargo, quienes saben de negocios pudieron co-crear la rueda que, metafóricamente, logra mover montañas…

La concepción humana de la naturaleza


Este pequeño análisis con tinte de autocrítica a la voracidad concentrada del mundo en el que vivimos lo reflexioné desde una perspectiva particular. En principio, creo que no podría sumergirme en esta marea filosófica si no hubiese respirado los cambios que se dan durante cada etapa estacional. En Antropología hay un concepto que se llama observación-participación que, en pocas palabras, significa que el antropólogo, aquel ser extraño y totalmente ajeno al grupo de estudio, decide entremezclarse activamente en él para así percibir al otro. Esta es la principal diferencia de quién solo observa sin entrometerse o, si nos apartamos aún más en el joven pasado de esta ciencia, también de aquellos primeros antropólogos denominados “de escritorio”, un título obtenido por su peculiar forma de catalizar sus ideas a través de los informes de terceros.

Pero… ¿se puede aplicar antropología en poblaciones sin taparrabos y garrotes?

Por supuesto que sí. Eso es lo fantástico de las ciencias sociales que nos mantienen nadando entre las transformaciones y el dinamismo que forman parte de la genética del ser humano. Y en mi caso particular es lo que denomino antropología en viaje.

Volviendo al caso de estudio del Tongariro National Park, hay que entender que no hay un solo gerente decisivo con la potestad de hacer rodar la visión contemporánea de un mundo natural al que buscamos seguir explotando. Y no quiero caer en la simpleza de la acusación del capitalismo extractivo, de modo que si nos trasladamos hacia los primeras civilizaciones y tratamos de trazar una observación de como nuestros antepasados veían a la naturaleza de su alrededor, podemos notar que también había una concepción de extracción. Por ejemplo, que sería de los sumerios sin las ofrendas del Tigris y el Eufrates o de la Antigua China sin el río Amarillo. En este sentido, por más que los medios y las necesidades estaban reducidas a las tecnologías de la época y a la escasa propagación humana del momento, esta concepción que hoy analizamos desde un punto crítico y desalentador, viene mutando desde hace miles de años.

¿Y esa concepción en algún momento cambió?

No. En esencia, aquella idea de naturaleza proveedora es la misma, sin embargo, si cambiaron las razones. O, mejor dicho, se ampliaron. Ya pocos son los que ven al río por el agua dulce que nos ayudará a sobrevivir, sino que hoy la mayoría observa qué tal es su corriente para ver si es posible montar una experiencia exótica de rafting o un campeonato de pesca deportiva. Heidegger, un destacado filósofo alemán del siglo XX, explica como hemos llegado a un punto en que nuestra visión sobre los vestigios restantes de la naturaleza se ponderan por su potencialidad turística.

Esta ampliación sobe la concepción humana de la naturaleza es la que viví en National Park Village. Sin ir más lejos, también podemos ver analíticas de plataformas turísticas como Expedia que, tras estudiar los factores que llevan a viajeros de cierta edad a elegir sus destinos, la principal motivación es que tan instagrameable es. Aquella potencialidad turística de Heidegger hoy también considera esta variable, de modo que el poder del algoritmo arroja recomendaciones y resultados basados en estadísticas numéricas que sitúan como las “mejores experiencias” a las que, por ejemplo, tienen una mayor cantidad de # por año.

¿Será momento de poner en pausa los metadatos para así no ser arrastrados a las hordas de un turismo sobrecargado?


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2 comentarios en “Nueva Zelanda | Diario de 1 año viviendo en Tongariro National Park

  1. Pienso lo mismo acerca de la reflexión final y por suerte muchas veces pude aislarme del bombardeo mediatico sobre ciertos lugares y priorizar lo que a mi me conecta con la naturaleza, mas allá de las actividades y/o recomendaciones “marketineras”.

    1. Por suerte, con paciencia y dedicación, se le puede encontrar la vuelta. Requerirá un poco más de viveza y flexibilidad. Ya sea en la naturaleza o abajo de la Torre Eiffel 😛

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